En estos últimos años la enfermedad y la pérdida se han hecho más patentes en nuestra sociedad debido, en gran medida, a la pandemia de Covid-19. El duelo es un proceso psicológico que se produce cuando se acontece una pérdida, una ausencia, una muerte o un abandono. Además, este duelo no solo se puede producir ante la pérdida de seres queridos, sino también ante cambios importantes en nuestra vida como son separaciones, divorcios, mudanzas o pérdida de mascotas y objetos significativos.

El duelo es la reacción natural ante la pérdida de una persona, objeto o evento significativo. Es tanto una reacción emocional como de comportamiento cuando un vínculo afectivo se rompe. Incluye, por lo tanto, componentes fisiológicos, psicológicos y sociales, con una intensidad y duración proporcionales a la dimensión y significado de la pérdida. Cuando se trata de un proceso normal, no requiere de situaciones ni atenciones especiales para su resolución, sino que sigue un curso natural.

Elaborar un duelo es un proceso individual, es una trayectoria que cada uno recorre solo y a su propio ritmo. A pesar de que se trata de un camino diferente para cada persona, se puede decir que comparten una serie de características. Según la psiquiatra y autora Elisabeth Kübler Ross, se pueden distinguir cinco etapas diferentes presentes en el proceso de duelo.

  1. Negación: Ocurre inmediatamente detrás de la pérdida. La persona se sume en un estado de shock o embotamiento emocional en el que distorsiona la situación. Se niega la pérdida, se disminuye la importancia de esta o no se acepta que es una situación definitiva e irreversible. El pensamiento más concurrente es: “No puede estarme pasando esto”.
  2. Ira: En esta etapa sobrevienen sentimientos de impotencia y frustración respecto a la pérdida y la capacidad que tiene la propia para modificar las consecuencias de esta pérdida. Estos pensamientos y emociones, a su vez, generan la aparición de sentimientos de enfado e ira. La persona se culpa a sí misma, a otros o a agentes externos de la pérdida. Continuar con el proceso de duelo implica, por fuerza mayor, la superación de estos sentimientos de culpa, frustración y enojo.
  3. Negociación: En esta fase se guarda la esperanza de que nada cambie, que todo siga igual que antes de que se produjera la pérdida. Es frecuente el deseo de volver atrás y cambiar las cosas. El pensamiento principal es “¿Qué habría pasado si…?. En esta etapa la persona se queda anclada en el pasado e intenta negociar para que cambie la situación. Un ejemplo: “prometo que si el cáncer de mi mujer remite voy a implicarme más en el cuidado del hogar”.
  4. Depresión: Al ver que la negociación no es efectiva, la persona empieza a asumir la realidad de la pérdida y se sumerge en sentimientos de tristeza y desesperanza, lo cual desemboca en aislamiento social y falta de motivación. La persona pierde interés en el exterior y se centra en sentimientos negativos consecuencia de la pérdida. Nota un vacío en su interior que llena con dolor, tristeza e impotencia. Se está más irritable y se produce un agotamiento físico y mental que puede llevar a que la persona duerma durante grandes períodos de tiempo al día. La etapa empieza a superarse cuando se acepta la irreversibilidad de la muerte.
  5. Aceptación: Es la última etapa del proceso de duelo y la resolución de éste, en la cual la persona ya es capaz de aceptar la pérdida. Se acepta la muerte como parte natural de la vida. La persona deja de asociar el dolor y la tristeza con la pérdida y es capaz de sentir calma al recordar la falta. Se produce una adaptación a la nueva realidad.

El proceso de duelo es el mecanismo humano para procesar un cambio vital y manejar las emociones derivadas de este cambio. Es una respuesta adaptativa normal que permite el restablecimiento emocional. Se considera que el tiempo medio para procesar un duelo es de alrededor de 12 meses. A partir de ahí, se considera que el duelo no sigue el curso debido y que, por lo tanto, se ha convertido en un duelo patológico.

Cuando mueren familiares y amigos, sobre todo si son próximos a nuestra edad o comparten similitudes con nuestro estilo de vida, de alguna forma nos sentimos identificados y su pérdida nos enfrenta a nuestra propia realidad. La intensidad del duelo no depende únicamente de la naturaleza del objeto perdido, sino del valor que se le atribuye. La esencia del duelo es el apego que se le tiene a la persona u objeto de pérdida.

Un estudio de la Sociedad de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN) apunta a que el 16% de las personas que pierde un familiar sufre una depresión durante el año siguiente. Cuando hablamos de mayores de 60 años, esta cifra se incrementa hasta el 85%. Estos datos son alarmantes, dado que ponen en evidencia las dificultades que muchos de nosotros padecemos en el momento de enfrentarnos a la muerte de un ser querido, situación con la que una gran parte de la población se ha tenido que enfrentar de forma masiva estos últimos años de pandemia, incluso llegando a acumular varios procesos de duelo a la vez en un corto período de tiempo. Es por eso que destacamos la importancia de estar atentos a las señales de alerta ante una pérdida, para poder identificar en qué momentos se enquista la tristeza.

Se considera que para superar con éxito el duelo es imprescindible haber completado las diferentes etapas. Aún así, como ya hemos comentado, es un proceso muy diferente para cada personal, por lo que no siempre es necesario haber pasado por todas y cada una de las cinco etapas y, en ocasiones, no se sigue el orden de las etapas comentado. La duración y el orden de cada etapa puede variar dependiendo de cada proceso de duelo individual.

Se establece que el duelo está resuelto cuando la persona es capaz de pensar sin dolor en el fallecido, cuando puede volver a invertir sus esfuerzos y emociones en la vida y en el futuro. Se llega a una etapa de restablecimiento. La persona se marca nuevos objetivos en la vida, es capaz de sentí nuevos deseos, expresar cómo se siente e interesarse por los que le rodean. Algunos signos de que la persona se recupera del duelo son: la capacidad de recordar y de hablar de la persona amada sin llorar ni desconcertarse, y la capacidad de establecer nuevas relaciones y de aceptar los nuevos retos de la vida. Un buen indicador de comprobación si la persona se está recuperando del duelo es controlar el tiempo que ocupa en pensar en la pérdida.

El duelo normal abarca un amplio rango de sentimientos y conductas que se consideran normales después de una pérdida. La derivación hacia el duelo patológico se plantea cuando este duelo se extiende en el tiempo o acaba derivando en otros problemas psicológicos, como cuadros depresivos o ansiosos, por poner como ejemplo los más comunes.

El duelo patológico es la intensificación del duelo a un nivel en que la persona se siente desbordada y recurre a conductas desadaptativas, permaneciendo en ese estado sin avanzar hacia la elaboración o resolución de la pérdida. Se caracteriza por ser prolongado en el tiempo, cuando la intensidad de éste no coincide con la personalidad previa del dolido, cuando impide de tener relaciones emocionales con otras personas o interesarse por ellas o cuando el sujeto se ve invalidado en algún aspecto de su vida diaria, sin más pensamientos que aquellos relacionados con la pérdida y sus consecuencias. Por otra parte, el duelo crónico es aquel duelo patológico que se ha enquistado. Tiene una duración excesiva y nunca llega a una conclusión o resolución; puede llegar a durar toda la vida.

La importancia de elaborar el duelo

Un trabajo de Villanueva y García Sanz (2000) analiza 124 casos de consultas infantiles por pérdidas. El 13% de ellos presentan duelos por muerte, la sintomatología encontrada es: en un 31% trastornos de conducta, 20% fracaso escolar, 15% síntomas depresivos, ansiedad y síntomas somáticos o corporales. El duelo patológico podría situarse en torno a un 28% y las situaciones catastróficas en un 5%.

La derivación hacia un duelo patológico se da tan solo en una minoría de los casos. Los efectos del duelo pueden ser muy prolongados, variables en el tiempo, reactivados por otros duelos, otras pérdidas, y por múltiples relaciones o circunstancias biográficas. Los ocurridos en una etapa pueden influir en otras posteriores. Los duelos en la infancia pueden condicionar el posterior desarrollo biográfico y configurar aspectos de la personalidad. El duelo está implicado en el desencadenamiento o relacionado con cuadros clínicos muy diversos.

El duelo en diferentes etapas de la vida

La implicación del duelo en la evolución de las diferentes etapas biográficas es diferente, dado que según nuestra evolución a lo largo de la vida nos enfrentamos a las pérdidas y a la muerte de forma diferente y éstas nos marcan de forma diferente.

Duelo en la infancia y la adolescencia: Esta etapa supone una crisis madurativa. Se avanza en una línea que va desde mayor dependencia, seguridad y protección a una mayor autonomía, responsabilidad y afrontamiento. El duelo en estas edades determina, a veces, el paso de una etapa a otra, de la infancia a la adolescencia, de ésta a la edad adulta, de forma repentina o forzada, lo que origina cambios psíquicos diversos. También puede dar lugar a cierto detenimiento de la evolución o tendencias regresivas.

  • El duelo por los padres. La pérdida de los padres supone una crisis que puede influir, decisivamente, en la evolución posterior, en muy diversos sentidos.
  • La pérdida acumulada de las figuras sustitutivas puede sumar dificultades.
  • La pérdida de hermanos o amigos, con los cuales la identificación está a un nivel de igualdad puede enfrentar a la persona, de una forma más directa y personal, la realidad de la muerte.

Duelo en la edad adulta: Es una etapa en la que se viven algunos momentos cruciales. Se pasa de la juventud temprana a la edad adulta, se inicia el trabajo, la formación de una pareja, el nacimiento de los hijos, aumento de las responsabilidades… Es una etapa de cambios bruscos, de circunstancias laborales, cambios de residencia, de relaciones… Es un punto de inflexión en la vida y una de las etapas más largas.

  • El duelo por los padres: Está muy relacionado con sentimientos de dependencia, ambivalencia, por la existencia o no de una etapa de cuidados de los padres, por las modificaciones posteriores de la relación con los hermanos o familiares y el reparto de la herencia. Sentimiento de orfandad y soledad.
  • Duelo por los hijos: El impacto es enorme, aún mayor en las muertes traumáticas. Se producen cambios en la pareja. Puede intensificarse el apoyo mutuo, tornarse conflictiva e incluso dar lugar a una separación.
  • Duelo por viudedad: La muerte del cónyuge interrumpe un proyecto de vida en común y modifica, necesariamente, de modo mucho más marcado que en otras pérdidas, la continuidad del curso biográfico. Marca un cambio de rumbo en la vida. Sensación de desamparo, de sobrecarga para afrontar solo la vida o el cuidado de los hijos o sentirse como abandonado.

El tiempo medio transcurrido desde la muerte hasta la consulta en salud mental, aunque la mayor parte está dentro del primer año (61%), puede prolongarse mucho más en el tiempo. En estos pacientes, hay una mejoría de los síntomas y bienestar psicosocial.

El duelo en la vejez: Esta es una etapa caracterizada por la acumulación de pérdidas tanto internas como externas. Puede aumentar la soledad, al mismo tiempo que a necesidad de figuras de apoyo o la dependencia de éstas, la sensación de desamparo. La persona puede adaptarse o desarrollar una actitud depresiva ante la vida.

Referencias Bibliográficas

Villanueva, C.; García Sanz, J. Especificidad del duelo en la infancia. Revista Psiquiatría Pública, volumen 12, nº3. Madrid, 2000.

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